Sigue La Vendimia III

Día 4


El fin de semana volví a mi casa, y el lunes tempranito retomé mi trabajo en la viña.
Ya está empezando a notarse mucho la llegada del otoño: las mañanas y las noches son heladas, pero el día está fresco; espantosamente caluroso bajo el sol.
Ya me acostumbré a no escuchar lo que pasa a mi alrededor, me da menos dolor de cabeza, por eso a veces me tienen que gritar o incluso tocar el hombro para saber que me hablan. Como no recuerdan (o no saben) mi nombre, me dicen Hallo o Hey para llamarme. Este día en particular no escuché ningún grito hasta que mi capataz turco me dijo, literal, Amiga! Me reí y le pasé el balde que me había pedido.
Hoy el trabajo subió su nivel de dificultad: trabajar en terreno inclinado. En general en este lugar accidentado geográficamente es muy raro trabajar en planicie, pero la inclinación de hoy superó todo lo conocido. Dos de mis compañeros de trabajo rodaron cuesta abajo, de hecho; no hubo heridos.
Al poco tiempo no había postura que no trajera dolor: los empeines si mirabas hacia arriba, los gemelos si estabas de costado, las rodillas si ibas a cuatro patas. Algunos, me incluyo, teníamos la genialidad de movernos sentados. Pero cuando había que recorrer mucha distancia, mamma mía!, y si era en bajada, peor!
El almuerzo después consistió de una riquísima sopa de papas, y de postre Toblerone. Dios, cómo me nutren y malcrian al mismo tiempo… Tengo que conseguir la receta de esa sopa por cierto.
Después del almuerzo trabajé en la misma fila que un polaco muy simpático, que habla muy bien alemán, y me preguntó mi nombre. Dijo que era bonito, y a continuación otro de los polacos dijo Buenos días! Adiós! con marcado acento. Nos reímos todos. Después me dijo Cómo estás, corazón?! y me reí más todavía!
El resto de la tarde transcurrió tranquila como siempre…

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