Los Alemanes y Yo

Volumen I

Aprovechando el ardor xenófobo que deja atrás una final de fútbol.

Nunca les pasó de comentar en alguna reunión social algo como «El verano que viene me voy a Vietnam» y que alguien dijera «Uy, los vietnamitas nos odian!»?
Tuve la suerte de viajar mucho, y siempre escuchar que en el destino al que voy me van a odiar en exceso. Mi experiencia sumada a la de otros podría determinar la máxima: todo el mundo odia a los argentinos.
Decir que venía para acá (a Alemania, porque a veces todavía digo acá cuando en realidad es allá), obviamente ameritó una serie de «ojo que no nos bancan los alemanes», «mirá que a los sudacas los tratan re mal», «si no sos rubia no te quieren»…
Es verdad que llegué y el de Inmigración me miró mal… pero luego me daría cuenta que los alemanes en general tienen una Resting Bitch Face, que eso no significa que sean mala onda… Y a parte al pobre tipo de inmigraciones, de los nervios, le desplegué una tonelada de papeles, la billetera, un paraguas y la almohada sobre el mostrador.
Tenía miedo de que no quisieran entender mi escaso conocimiento del idioma… Pero siempre que digo Ich kann kein Deutsch (no puedo hablar alemán), con una sonrisa de oreja a oreja, gesticulando excesivamente, me explican lo que trataron de decir: me muestran la pantallita de la registradora cuando voy a comprar, me señalan lo que busco, haciendo cruces con la mano me dicen que no hay lo que busco… Si estoy con Klaus, algunos se animan a preguntarle de dónde vengo. Dos, sorprendentemente, preguntaron si en Argentina acaso no hablamos portugués («Nein, auns Brasilien!»). Una moza incluso me habló en fluido inglés, y tuvo que soportar que dijera cosas como «Just some orange saft, bitte» (Germanish!).
Es verdad que interactúe poco con los locales, pero… asumo que si el país entero nos odiara, ya tendría que haberme cruzado con uno… no?

Aaaaah, así que generalizar está mal? No sabía nada…

Wochenende en Alemania

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Volumen I

Llegó el Wochenende, o fin de semana, y a la mañana mi cuñada me invitó a un brunch que iba a tener con sus amigas.
Si bien varios de los comensales hablaban inglés, por supuesto la conversación se desarrolló en su mayoría en alemán, y Petra se sintió mal pensando que me aburrí. La verdad que me estoy acostumbrando a no poder participar de las conversaciones, pero eso no me aburre. Presto atención al máximo, a ver qué palabras puedo captar, que frases logro entender, qué entonaciones se usan en qué situaciones… estoy como esponja en estos días.
El brunch se hizo en una cafetería en Mainz, que en un cartel en la entrada anunciaba All You Can Eat. Si bien no había mucha variedad, podías comer muchas veces lo mismo: huevos revueltos, panceta frita, queso, jamón, pan, albondiguitas, panquequitos, mini donuts, cereales… un desayuno americano base.
Yo quise quedar bien y me serví un plato semi abundante, como para no quedar como la gorda del grupo. Pero cuando mis compañeros iban por el tercer super plato perdí la vergüenza.
Salimos y recorrimos una peatonal que llevaba hasta la Catedral, a lo largo de la cual se estaba celebrando un festival en honor a Johannes Gutenberg: había distintos puestos de comida y bebida local.
Todos me felicitan por mis descripciones en facebook, pero acá se me escapan las palabras para hacerlo… así que les voy a dejar algunas fotitos. Lo poco que visité de Mainz me pareció bellísimo, y por suerte va a ser la ciudad donde estudie alemán a partir de agosto, así que voy a tener mucho tiempo para recorrerla y seguir maravillándome.
Estuvimos hasta poco después del mediodía (el enano se estaba poniendo mañosito por el sueño), así que volvimos. Pero el finde no terminó ahí.
En Braunweiler se organizaba hacía varios días la Dorfest, o festival del pueblo, donde a lo largo de dos cuadras los locales armaban stands de comida y bebida. Pero… otra vez me faltan palabras.
Cruzaban de lado a lado sobre la calle banderines de colores. Varias personas que tuvieron la suerte de que el festival se armara frente a sus casas habían directamente armado el stand en sus garages, armando mesas y bancos de madera en sus patios. Quienes no tenían casa se habían llevado carritos o habían armado mesitas bajo gazebos. Habían instalado un castillo inflable para los más niños, al lado de un carrito decorado muy a lo circo de tiro al blanco, donde con dardos y reventando globos podías llevarte un premio. No, ni me gasté en intentarlo…
Releyendo suena a que era un gran festival, pero la verdad era pequeño y acogedor. Estuvo abierto el viernes y el sábado a la noche, y el domingo todo el día, hasta las 9.
Pensé mucho en mamá en los dos días que paseamos por ahí, porque el domingo volvimos: busqué desesperada al Doc Martin peleando en algún rincón con Bert (porque la versión alemana del plomero la vi).
Había poca comida, y mucha bebida (borrashoooos), y tomé un Amaretto Kirsch mit Zahne: amaretto de cerezas con crema. De-li-cio-so!!! Tengo que conseguir más!

El domiiiingo (esto todavía no termina), mi concuñado dirigía una orquesta en Staudernheim (se lee Eshtaudernjaim), una celebración que empezó hace muchos años para recaudar fondos para reemplazar un gallo de bronce en la cima de la iglesia… y ya el gallo fue reemplazado hace como 3 años, pero las ganas de juntarse y chupar son más fuertes y ya es tradición.
Stuadernheim se notaba pueblo más viejo que los visitados hasta ahora: pocos, muy pocos, antejardines, casas de piedra más viejas… algo lúgubre y abandonado incluso en algunas partes.
Tocó la orquesta canciones bastante modernas para los viejitos que empilchados salían de la misa, pero después se vieron recompensados con un cuarteto que cantó viejas canciones alemanes y con los distintos grupos de danza de las niñas del pueblo (por supuesto las más chicas bailaron Let It Go, que no sé cómo se dice en alemán). El cuarteto cantaba canciones que te daban ganas de tomar cerveza abrazado al vecino de banco. «Son canciones de bar!», me gritó Klaus mientras, al ritmo de la música, «subíamos los brazos al cielo; los bajábamos al infierno; luego adelante; luego a los lados…».
El enano, con profesionalidad, cuando comenzó la celebración con la orquesta, se posicionó al lado del baterista y, con pandereta en mano, también fue parte del espectáculo. Lo que es ser el hijo del director…
Volvimos tarde a la casa, mucho después del almuerzo, e intentando dormir al enano me quedé dormida en el auto (fue imposible no hacerlo, entre la comida, el suave movimiento y el chiquitito haciéndome caricias en la mano y cantando una canción de cuna).
Dormimos una mini siesta… y nos fuimos a St. Katharinen a recolectar cerezas en lo del vecino de los padres de Peter… para regresar a Braunweiler a seguir dorfestiando.
Los distintos puestos que quedaban abiertos (varios ya se habían ido a dormir), mostraban resabios de los festejos del partido Alemania-Eslovaquia (o Eslovenia?): banderas, carteles, gente con camisetas… todo negro, rojo y amarillo.
Uf, menos mal que a las 9 ya se estaban yendo todos a dormir, porque ya estaba agotada!
Si todos los fines de semana van a ser así…

Es la alegría del verano!

Manejanding por Alemania

La ciudad donde trabaja Klaus está más bien lejos de Braunweiler, y bastante a contramano en transporte público. Así que, si bien la primera vez se fue en tren, ya la segunda fue llevado o estaba la posibilidad de usar uno de los dos autos de mis cuñados.
El viernes no estaba esa posibilidad, porque había que llevar al enano al doctor (control nomás). Pero el doctor estaba en Bad Sobernheim, donde trabaja mi novio, así que fuimos en manada a dejarlo en el trabajo y luego a la clínica.
(Por qué fui yo? Porque mi cuñada y su marido me llevan a todos lados que pueden. No son lindos?)
Claramente una mujer y un hombre entrando con un niño en brazos se asume que son los padres, así que tras dirigirme varias preguntas (y yo asentir y sonreír, que es mi respuesta cuando me hablan en alemán, una muy mala por cierto), Peter explicó que no era la madre y el día se desarrolló con tranquilidad.
El problema fue a la tarde, cuando me pidieron que fuera a buscar a Klaus… en auto.

El GPS (Navi en alemán) se lo había llevado mi cuñada en el otro auto. Pero no desesperé e intenté usar Google Maps… que me mostró la línea celeste de la ruta, pero no el mapa. Así que le di a Maps.me otra oportunidad.
Crecer en San Justo y su vertiginosa altura de 14 msnm no te prepara ni física ni mentalmente para sobrevivir en un terreno lleno de colinas como en el que me encuentro. Con subidas y bajadas más que abruptas en algunos casos, vivo con los oídos tapados… y descubriendo a tropezones que manejar en llanura no es lo mismo que en altura.
Después de que se me frenara el auto por completo en una subida y sentir la velocidad tras bajar sin cambio, la siguiente dificultad no vino por la geografía sino por lo cultural: los alemanes aman manejar rápido. Obvio que sí, para qué sino se compran tanta alta gama descapotable? (Ya vi en vivo lo mal que la están pasando los descapotables con el exceso de lluvias… pobre, me dio pena).
Para una persona como yo, nerviosa al volante, leer que la velocidad máxima es de 120 y sabiendo que a los demás les gusta superar los límites, verlos sobrepasarme en la autopista fue alterante. Aaaah, y en la autopista también hay subidas y bajadas! (Pero no hay peajes, te lo descuentan del sueldo. Se quejan de pagar impuestos por casa? Acá el Estado se queda con casi la mitad de tu sueldo! Pero se invierte bien, cabe aclarar…).
Para más estrés, obviamente llovió y obviamente el GPS me mandó a la otra punta del pueblo, pero por suerte se confundió dentro de Bad Sobernheim. Si era antes estaba al horno.
Resumiendo: sobreviví.
La segunda vez que lo fui a buscar no fue tan malo… igual me perdí otra vez.

Caminanding por Alemania

Volumen I

Salí poco antes del mediodía, decidida a empezar a bajar toda la wurst (embutidos) que estuvimos comiendo en la semana (es imposible siquiera pensar en el vegetarianismo acá!). Programé Maps.me para que me guiara hacia Roxheim y salí a caminar.
En el techo del vecino, me saludó, como siempre, un niño con galera y jovial sonrisa, como en varios otros techos a dos aguas y de tejas a lo largo de la bajada que me lleva desde lo de mis cuñados hasta el final de la ciudad (aunque a veces los niños con distintos trajes y de distintos materiales son reemplazados por animales, en general pájaros, o por platos de televisión satelital).
Las veredas acá son angostas y a veces angostísimas, y en general todos tienen antejardines. Las pocas casas con pared a la calle, en general son paredes laterales (o sea, un antejardín al costado), y si tienen ventanas, las ventanas están rebosantes de flores de muchos colores. Si no saqué fotos a ningún jardín aún es porque no me decido por el más lindo. Mi teoría de por qué le dan tanto esmero a sus flores es porque después de tantos meses de puro blanco debe de ser lindo poder jugar con la tierrita y podar el césped todos los días…
Siguiendo con la caminata, encontré pocas personas en la calle (obvio, la gente trabaja), pero los pocos que éramos nos decíamos un alegre ,,Hallo!» al pasar (nota: acá las comillas las ponen como acabo de hacerlo. Horrible, no? Yo voy a seguir con las nor-ma-les).
Maps.me me mandó por calles ya conocidas, hasta que de golpe aparecí en una no conocida… y que se metía en el patio entre dos casas. Imaginé un granjero a Los Simpsons, en pijama de lana roja largo y con una escopeta en manos, sacándome de ahí, así que volvi sobre mis pasos y aparecí otra vez en la calle.
Retomé como pude el camino que Maps.me marcaba… y cuando aparecí en un corral con tres caballos negros y el pasto por el pecho, decidí guiarme por mi instinto.
Mi instinto es malo, así que rápidamente pasé al plan C: seguir la ruta. La foto de esta publicación corresponde a dicha ruta, que dejaba Braunweiler a mis espaldas.
Nunca llegué a Roxheim, pero aparecí en Sommerloch (se lee Somaloj).
Con el cielo gris y amenazando con llover de un minuto a otro, me sumergí en unas callecitas que me hicieron pensar mucho en mis Tías Cristi, Virgi y mi prima Ceci: parecía que en cualquier momento un hada o un duende iba a salir de atrás de alguna rosa.
Calles que suben y bajan, casas de techos puntiagudos de tejas rojas, paredes blancas con maderas oscuras, y árboles… qué cantidad de árboles que hay en este país. Y flores… rosas, amapolas, geranios; rojas, violetas, amarillas, blancas, azules… Pero no aparecieron los duendes.
Estos pueblos son pequeños, así que no hay mucho por hacer, más que maravillarse del silencio y del paisaje.
Seguí caminando hacia St. Katherinen, donde vive la familia política de mi cuñada. A lo largo de las rutas que seguí, la gente me pasaba en sus tractores o autos de alta gama (nunca un duna, no, porsches, audis o mercedes!). En general se dedican a la producción vitivinícola en esta zona, de ahí el exceso de tractores y demás cacharros por todos lados.
En St. Katherinen me quedé poco, no solo porque ya lo conocía, sino porque hacía más de una hora que estaba caminando y ya tenía hambre.
Seguí caminando hasta que apareció el cartel de «Braunweiler 2 km», y un rato después se terminó mi paseo.

El problema, fue cuando Klaus volvió de trabajar y nos mandaron a buscar las bicicletas dos kilómetros hacia abajo y luego subirlos pedaleando. Eso fue… agotador…

El Supermercado Alemán

Recuerdan que Alemania desde el auto era verde, verde, verde, cúmulo de 20 casitas, verde…? Bueno, son pocos los cúmulos de casitas con supermercados.
Desde Braunweiler tenemos que cruzar como tres pueblos para llegar al super! (que suena a mucho, pero son como 15 min en auto).
Por ahora supe de dos cadenas: Rewe y Aldi. Aparentemente el segundo es más barato, así que no conozco el primero.
En general en los pueblos son pequeños a lo super chino, pero muy completos.
Mucho pan, muchos embutidos y quesos, ya había dicho, pero vamos con otras curiosidades:
Frutas y verduras se venden en paquetes plásticos. Sí, así es, mucho primer mundo pero seis tomates te vienen en bandeja de plástico envueltos en más plástico. Ho-rri-ble. También venden mini macetas con aromáticas (con casi nada de tierra, así que no tenés albahaca eterna). Eso está pintoresco.
Hay unas máquinas que tienen fotos de panes (hay muuuuchos tipos distintos), apretas un botón y la máquina te escupe un pan. Del que me gusta a mí solo había uno, así que la máquina me dijo Entschuldigung. No la perdoné todavía. Entre las fotos de panes hay dos pizzas individuales: mozzarella o margarita. Esas las escupe calientes.
No te dan bolsa (acá sí se ponen eco…), y las cajeras son extremadamente veloces: ya pasó todo por el lector y vos todavía estas tratando de acomodar el changuito (que por cierto bien puesto entra exacto en un recorte del mostrador).
Los changuitos están afuera, en la entrada, y les cuelga del barral una llavecita. Cuando pones el changuito adentro del último de la fila, enganchas la llavecita de ese changuito (el último) en tu changuito y escupe la moneda de un euro que pusiste para sacarlo. Es genial! Quedan unidos todos y listos para ser usados. No más buscar changos por el estacionamiento!

Fin del comunicado.

Empezó el verano pero igual hace frío.

Day 2

El cuerpo funcionando a otra zona horaria es agotador. Más el mío, que funciona como reloj suizo (ando con ganas de almorzar desde que el reloj dio las cinco).
Esta mañana me levanté con sueño, pero eran casi las 11, así que me obligué a salir de la cama. El desayuno estaba listo, pero no los comensales, así que mientras esperábamos Thomas me enseñó alemán.
Primero me trajo un libro al grito de «este está en español!». Le dije que quería aprender alemán, así que me trajo otro. Y lo que no entendía, le preguntaba. Por ejemplo: qué es Ohr? Oreja! Así me tradujo medio libro, riéndose de mi pronunciación. Problemas clásicos con profesores de tres años…
Después de un abundante desayuno (pan, embutidos, queso y facturas, Dios las bendiga), quisimos caminar un poco pero la lluvia nos detuvo. Así que fuimos al supermercado, donde había mucho pan, muchos embutidos, muchos quesos y bastantes facturas, entre muchas cosas distintas.
Mi primer reto del día fue comprar shampoo y acondicionador. O eso pensé. Globalizados acá también, me compré uno que en grande decía Repair and Shine.
Almorzamos Kartoffelnpuffen, o algo así, que son unos como panqueques de papa rallada. Con salmón ahumado (rico), puré de manzana (raro) y/o una salcita blanca rara (feeeeaaa). De postre comí un chocolate que me regaló Flor ♡
Despedimos a mi cuñado que sigue su viaje por el viejo continente y fuimos a caminar. También nos agarró la lluvia.
Pero llegamos a caminar por entre casitas de techos a dos aguas con paneles solares (varias), jardines espectaculares, subidas y bajadas en veredas de adoquines, con Audis y Mercedes pasando a toda velocidad por nuestro lado… y los locales saludando con un Hallo afable a nuestro paso.

Sin embargo los indicios de estar en Alemania me resultan pocos y raros. Como que ahora las publicidades de Subway Surfers están en alemán.
Malditos espías de Google…

Day 1

La verdad que de mi primer día acá no tengo mucho que contar.
Sí, el viaje fue largo y tedioso, como todos los viajes en que tenés que estar sentado más de 10 horas seguidas.
Del aeropuerto hasta lo de mi cuñada el paisaje era verde, verde, verde, cúmulo de 20 casitas, verde, verde, verde, cúmulo de 20 casitas, verde… Por los pueblitos que pasamos me crucé con varias escenas de postal, al punto tal que me sentía mal por no estar tomando cerveza en un chop de litro, vistiendo tirantes y pollera verde.
Me crucé con un grupo étnico que no solemos ver en casa: mujeres con burka. No llegaría al punto de decir «Alemania está lleno de musulmanas!!!», pero ver las 10 que vi supera por una inmensa mayoría todas las que vi hasta ahora en Buenos Aires.
Y pasé todo el día con mi cuñada, su marido, mi novio, mi cuñado y su novia (estos dos últimos paseando de vacaciones), así que medio que me siento en Chile en lugar de otro lado del mundo.
Hasta ahora, lo único que me recuerda dónde estoy son los enchufes, y los paquetes de comida con nombres extravagantes para el ojo latino.
Y el silencio. Mierda que hay silencio…